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sábado, 6 de septiembre de 2008

Balada mínima a la ciudad blanca del coraje…



Me pasa, quizá, como a Federico, que no quiero verla,
No quiero ni siquiera estar cerca de la matanza. Mi recuerdo –y eso ya es falso-
sólo se llena de una plaza ancha, fragante y blanca. Pero ahora, ya ni
siquiera tiene el gris plateado de sus noches luminosas.

¡Que no quiero verla! Es cierto que esto me pasa por fatalista,
por mi inmenso temor, y por rezar y, simultáneamente, maldecir.
Tengo recuerdos hechos jirones, y unos papeles viejos,
que procuran salvar mis recuerdos.

Pero ahora, la tragedia… ¡Que no quiero verla!
Estoy, en mi ensueño, ante un jinete extraño en un caballo
con olor a mar y con sardinas en sus alforjas, que cruzó los mares
-¿quién sabe por qué?- y peleó, se quedó, y todavía es tronco viejo incólume
al que muchos buscan, como si se pudiera imitar su arrojo de país lejano,
y su pasión nacida en la ciudad de la blancura.

Veo, también, el tiempo nuevo, distinto; ahora manchado de odio infinito,
con el rojo-sangre que Federico no quería ver, ni verá nunca,
derramado en la arena.

Yo, a lo lejos veo imágenes terribles, que no quedarán
en mis recuerdos.

Quiero que me quede sólo la añoranza de la ciudad que me cobijó con su hidalguía,
y me prestó sus cuatro nombres.

Contigo, campanario de ilusiones y raíz de libertad;
la patria va a perdurar con honor eterno….

Sergio P..Luís
Septiembre de 2008

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