No quiero ni siquiera estar cerca de la matanza. Mi recuerdo –y eso ya es falso-
sólo se llena de una plaza ancha, fragante y blanca. Pero ahora, ya ni
siquiera tiene el gris plateado de sus noches luminosas.
¡Que no quiero verla! Es cierto que esto me pasa por fatalista,
por mi inmenso temor, y por rezar y, simultáneamente, maldecir.
Tengo recuerdos hechos jirones, y unos papeles viejos,
que procuran salvar mis recuerdos.
Pero ahora, la tragedia… ¡Que no quiero verla!
Estoy, en mi ensueño, ante un jinete extraño en un caballo
Estoy, en mi ensueño, ante un jinete extraño en un caballo
con olor a mar y con sardinas en sus alforjas, que cruzó los mares
-¿quién sabe por qué?- y peleó, se quedó, y todavía es tronco viejo incólume
al que muchos buscan, como si se pudiera imitar su arrojo de país lejano,
y su pasión nacida en la ciudad de la blancura.
Veo, también, el tiempo nuevo, distinto; ahora manchado de odio infinito,
con el rojo-sangre que Federico no quería ver, ni verá nunca,
derramado en la arena.
Yo, a lo lejos veo imágenes terribles, que no quedarán
en mis recuerdos.
Quiero que me quede sólo la añoranza de la ciudad que me cobijó con su hidalguía,
y me prestó sus cuatro nombres.
Contigo, campanario de ilusiones y raíz de libertad;
la patria va a perdurar con honor eterno….
Sergio P..Luís
Septiembre de 2008
Sergio P..Luís
Septiembre de 2008
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